Relato imaginario de mi vida interior
LA MANO IQUIERDA
Simetrías humanas
que son irregulares. Para aplaudir, para eso sirve. Siempre será la otra, la
joyería que la adorna lo testifica. Es la mantenida, la que sólo trabaja en el
ordenador con las uñas impecables, las otras uñas, las de la mano derecha son
para echarse a llorar.
Sujeta el peso de
un brazo apoyado en una mesa. Sujeta la bandeja de la cena, qué iba a hacer la
derecha sin la otra, tirar toda la cena antes de llegar al comedor.
Para eso sirve,
compañía, sólo un apoyo. La cabeza sobre ella mientras escribo manuscritos,
dedos hiper laxos que sujetan el papel, como me enseñaron en la escuela.
Escribe, escribe… cambia los bolígrafos por el teclado del ordenador.
No sé usar un
cuchillo, ni un cepillo de dientes con la mano izquierda y eso me frustra, pero
tengo que conformarme con lo que tengo porque sí sé acariciar.
Está aquí, no será
tan fuerte, pero forma parte de un cuerpo, eso me consuela, sin ella sería un
cuerpo mutilado.
LA MANO DERECHA
Podría estar
escribiendo sobre mi mano derecha pero la sensación o sentido abarca más que
las manos. La mano derecha agarra el lápiz, la sartén, la esponja, pero ¿y ese
sentir del agua bajo la ducha? Y el sentir del algodón de las prendas de ropa.
El sentir el calor bajo el edredón, el frío al levantarse de la cama por la
mañana. Extraña primavera, esta.
El tacto conocido
del bolígrafo y el papel sobre el que estoy escribiendo. El sentir de la
aspereza, la dureza de infinidad de objetos que se encuentran en este
apartamento, del que llevo sin salir más de un mes. Mi piel, noto mi piel al
darme crema hidratante, pero he llegado a olvidar el contacto con otra piel, el
fundirse en un abrazo infinito.
Recuerdo en estos
momentos el contacto con la piel de mi madre, suave y tersa, cuando yo tenía
seis o siete años. Recuerdos que marcaron mi propia piel.
LAS OREJAS
Cobertura del oído,
órgano interior de la cabeza que no se puede cerrar a no ser que se esté
durmiendo. Dos oídos, dos orejas, múltiples y minúsculos huesos, simetría del
cuerpo que termina en el cerebro.
Por un oído me entra, por
otro me sale; a palabras necias, oídos sordos. Pero en mi soledad de comunidad
de vecinos no hay palabras; ni una palabra más alta que otra. No escucho ni mi
voz porque no he llegado al punto de hablar sola.
Los oídos siguen
funcionando a todo gas o a todas ondas sonoras, proyectando imágenes en la
mente. Los ruidos extraños de un apartamento, que al principio de una mudanza
asustan, han aparecido hoy especialmente. Todos los vecinos, el de arriba, el
de abajo, el de al lado, se han puesto de acuerdo para hacer limpieza general o
qué se yo qué harán, pero los ruidos no cesan.
Las ventanas del salón
crujen en el silencio de la siesta, he decidido apagar el teléfono móvil.
Imágenes de nuevo fantasmagóricas en mi soledad, proyectadas a través de los
oídos. Incluso el sonido del bolígrafo sobre el papel sonaba tétrico. No
consigo dormir.
LA BOCA
Grande o pequeña, con
contables dientes, unos labios, un paladar, una lengua, una úvula, cuerdas.
Estoy muda y no tengo a quien besar; no se puede besar, pero sí comer y también
respirar el aire tras una ventana abierta. Combustible humano, alimento y aire.
Palabras que están en el pensamiento y no me atrevo a pronunciar por miedo a
volverme loca hablando sola.
Abro la boca, quiero
gritar, gritar “ESTOY AQUÍ”, no me he perdido. Me gustaría saber si alguien me
escucharía, pero estoy muda. En estos momentos mejor es callar. Ya que si
gritas es por dos motivos o por alarma o por alegría y yo no siento ninguna de
esas dos urgencias.
Hablar, los mudos también
tienen boca y no pueden hablar. De nuevo aparece en mis pensamientos el sonido.
Escucho el sonido de mi respiración. Intento respirar por la nariz, pero mi
boca se relaja y sale un hilo de aliento.
Aliento, saliva
condensada. Estoy viva porque sé que respiro, porque noto los movimientos de la
lengua y los dientes al comer. Aliento, aliento vital.
LA NARIZ
Inhalo aire fresco.
Exhalo paz. Inspira, expira, mi corteza prefrontal debe estar enorme con tanta
meditación.
Mi nariz, pequeña pero
importante. Se da amagos de grandeza mientras es empolvada en el espejo. No hay
necesidad de maquillarse para dormir. Esos soniditos, ronquidos se llaman.
Hoy miré por la ventana y
vi unas flores nuevas en el jardín, me pregunté cómo olerían. Ha perdido esta
nariz el placer del olfato. En el apartamento el olor es monótono, la comida,
la comida de los vecinos en otras cocinas, un incienso encendido por la tarde,
unas gotas de perfume después de la ducha. Olor a tinta y a papel.
Pero esta nariz tiene
curiosidad, quiere volver a oler la tierra mojada, las flores del jardín, la
hierba recién cortada. Esta nariz echa de menos incluso el olor a gasolina de
los coches, el olor de la fritanga de los bares…
Pero estábamos hablando
de mi pequeña nariz, no de los olores. El olfato es una cosa y respirar es
otra. Al igual que los oídos mientras duermes no hueles, sólo respiras y si
tapas la nariz mientras duermes… mejor pensar en el olor de las flores.
LOS OJOS
Mirar, ver, observar,
divisar, otear… y todo con dos ojos. Las ventanas al mundo.
Un mundo reducido con
poca luz y muchos muebles. La visión del desorden me hace enfermar y por eso
soy ordenada.
Estoy escribiendo y se me
cierran los ojos. Dos ojos con una nariz en medio. Líneas de expresión porque
estoy envejeciendo; ojeras desde los nueve años.
Unos ojos, los míos, que
observan el mundo extasiados. De tanto fijarme en lo que pasaba a mi alrededor,
siempre atenta, me tuvieron que poner gafas. Para proteger dijeron, gafas de
sol y mis ojos hoy buscan la luz.
Ojalá tuviera un patio y
un huerto con muchas macetas con flores de colores. El color me atrapa como a
los insectos, el color que entra por los ojos. Luz, color, formas, imágenes…
demasiadas palabras para tan solo dos ojos y unas gafas.
EL SEXTO SENTIDO
Etéreo, intangible,
intocable, inabarcable… me pregunto dónde te alojas en mi cuerpo. Sé que
existe, apareces y desapareces.
Comparado al acercar las
manos al fuego y el apartarlas rápidamente por miedo a quemarme; un ruido
extraño que me alerta, espíritus que pululan en esta habitación. Sensación,
intuición. Visión que hace confiar o desconfiar. Miradas a los ojos de extraños
que me hacen saber si debo sonreír o caminar alejándome.
Literatura, cine,
disertaciones sobre este cuestionado sentido. Las imágenes en el cerebro no
proceden de ningún órgano. El más allá cercano que no es el más acá. Aquí no lo
veo, no lo oigo, no lo huelo, no lo toco, no lo saboreo… pero lo percibo. Lo siento igual que si
procediera de un órgano, sentir inorgánico.
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