Ondas de radio
En el silencio de la
noche, madrugada de un lunes laborable, en un barrio tranquilo, insomnio. Mujer
sola, treinta y muchos años, instruida y siguiendo la corriente minimalista,
más por economía que por moda actual. No tiene televisor ni le gustan los
videojuegos, sí conexión wi-fi y varias pantallas a su disposición. Quiere
cerrar los ojos y dormir, pero no puede. Demasiados cigarrillos, dos cafés
demasiado tarde y las consecuencias después, es igual cada domingo. No quiere
encender el ordenador y apaga el móvil a la hora de acostarse desde que un día
la llamaron a las dos de la mañana desde un número de California, ella se
asustó, no respondió, no conocía a nadie en ese lugar. El despertador
conectado, van pasando las horas, se desespera hasta que dan las tres. Es
cuando comienza ese programa en la radio local que la acompaña en las noches de
insomnio, de domingo a lunes. No sabe por qué siempre termina llorando, las
primeramente llamadas ondas hertzianas le traen mensajes de gente que, como
ella, no puede dormir la madrugada del lunes. Tiene un transistor desde que
tenía diez años y nunca ha fallado, la antena pegada con cinta adhesiva pero
todavía hace su función. Está sobre la pequeña mesita al lado de la cama
esperando cada noche, inmóvil, sabedor que antes o después será reclamado. Con
su botón y la ruedecita, nada que ver con las pantallas táctiles modernas,
parece una antigua pieza de museo. La ruedecita hace varios meses que no se mueve,
desde que ella en una madrugada de insomnio, encontró esa emisora y ese
programa. Se sentía acompañada y entre suspiros se quedaba dormida con la
historia de la ancianita que vivió la guerra, un empleado de la limpieza de las
calles que manda un mensaje de amor, la historia del alcohólico que bebía a
escondidas por la noche cuando su mujer dormía, un camionero que echa de menos
a sus hijos cuando está de viaje, entre relato y relato las noticias de
actualidad, apenas hay publicidad, no sabe cuando termina el programa ni cómo
termina, siempre se queda dormida y se despierta a las siete en punto cuando
los husos horarios de la emisora anuncian el primer noticiario de la mañana. Y
entonces la ancianita debe estar esperando a la asistencia que le ayuda a levantarse
por las mañanas, el alcohólico lavándose los dientes para que su mujer, que ya
debe de saberlo no se lo haga notar, el empleado de la limpieza de vuelta a
casa después de una larga jornada pensando en su cama solitaria, el camionero
desayunando en un bar de carretera… y el locutor de radio, el mago que da lugar
a esas historias descansando para poder preparar el programa del día siguiente.
A ella le parece tan increíble, casi mágico, que desde ese aparato viejo y
medio escacharrado tenga acceso a esa ventana al mundo. Un mundo que ella
imagina, se imagina los rasgos físicos de cada persona que llama, se emociona
con las cartas de amor, siente congoja por los hijos de los trabajadores de la
noche… Así amanece cada madrugada de insomnio, como si hubiera dormido con un
sueño reparador, las historias le han traído paz, las lágrimas no son de pena
sino de emoción contenida por las diferentes y variadas vidas con su luz en la
oscura madrugada
Comments
Post a Comment