Noches de enero


UNO
Mes de enero, frío intenso y oscuridad. Las promesas de año nuevo olvidadas. En la calle las sombras parecen estar fantasmas y las criaturas parecen estar acechando, sonríele a Halloween, esto es pavor. Son las siete de la tarde, ella camina la distancia que separa del autobús a su piso, al hogar donde lo único que la espera es su gato y un yogurt en la nevera. No puede comer desde hace días, Gato reclama su pienso así que el domingo acudió a un hipermercado cercano, compró comida animal, café, galletas y sushi preparado para cenar. Era miércoles por la tarde, desde hacía tres días sólo se alimentaba de eso, galletas y café. Desde hace tres días, Gato ha dejado de maullar y se esconde debajo de una manta cada vez que resuenan los pasos de los vecinos del piso de arriba.
Ella no recuerda que pasó aquel lunes, oscuridad. El sábado recogió la casa y salió a cenar con amigas, conversación ligera, buen vino, risas… pero ella sonreía mirando como una simple espectadora, abstraída. Decidieron irse a bailar a un local cercano después de la cena, pero ella declinó el plan. Dijo que no se sentía bien, lo cual era verdad a medias. Dolor ligero de cabeza y ganas de vomitar toda la cena, pero nada de qué preocuparse teniendo en cuenta la cantidad de vino ingerida mientras llegaban los platos. Del domingo sólo recuerda que fue al hipermercado cercano y que pasó el aspirador. Nada más.

DOS
Se oyen sirenas, coches de policía, bomberos y ambulancia a lo lejos, algo ha ocurrido. El cansancio puede más que la oscuridad y ella dirige sus pasos en dirección a casa en lugar de acercarse hacia donde ha ocurrido el incidente, ya se informaría en las noticias locales. Ahora estaba cansada, hambrienta y con dolor de espalda. Al abrir la puerta de casa llamó a Gato, no estaba. La ventana del salón abierta, ella no recordaba haberla dejado así por la mañana, en realidad no recordaba nada. Como un autómata se condujo a la habitación, pero algo le paralizó al cruzar el pasillo. Encendió la luz y notó una presencia, algo que la impedía entrar, un miedo inexplicable se apoderó de ella. Pasos sigilosos por detrás, era Gato, con su piel atigrada y el rabo inmóvil. Tampoco se atrevía a entrar en la habitación. ¿Qué ocurría allí? ¿Qué presencia se encontraba? Todo era inexplicable, extraño. Se fue la luz eléctrica en ese instante. Sintió frío a pesar de que no se había quitado el abrigo desde que entró en casa. Un fulgor llamó su atención, estaba encima de la cama, algo que la atraía hacia si, no era humano ni animal, sólo un brillo, una luz, no se atrevía a moverse, pero la luz la atraía hacia la cama. Con Gato a su lado se acercó cautelosa. La luz les absorbió, les cegó y en un tiempo, que ella no supo discernir aparecieron en aquel lugar. El lugar del incendio. Ella se dio cuenta al instante porque pudo ver su casa al girarse y mirar en la lejanía. Gato a su lado y los dos envueltos en llamas.
Llanto de un niño, un niño pequeño escondido en un rincón. Se acercó a él, tendría unos dos años. Le cogió en brazos e intentó escapar de allí. Quería saltar por la ventana, la que ella no recordaba haber abierto, gritó. La habitación en llamas y algo que la empujó al vacío. Oía voces alrededor, todo giraba. Con el niño cogido y Gato sobre el otro brazo, de nuevo la luz, frío helador que contrastaba con el calor de los instantes previos y allí apareció, en su cama, tirada, con el abrigo manchado de cenizas, cansada. Silencio en la casa. Quiso levantarse, aunque no pudo. Estaba sola, recordó al niño de repente, pero él ya no estaba y Gato tampoco. Había vuelto la luz eléctrica, encendió la televisión, ruido cotidiano, nada parecía haberse movido de su lugar desde que dejó la casa por la mañana. La ventana estaba cerrada y ella sola.
Apagó el televisor y decidió darse una ducha, el agua la reconfortaría y después comería algo. Se extrañó de la no-presencia de Gato, pero en ocasiones se escondía debajo de algún mueble, miró debajo de la cama y allí estaba durmiendo plácidamente. Todo parecía un mal sueño.
Al salir de la ducha decidió que ya era hora de comer algo decente. En el congelador había comida. Puso la radio, noticias locales y la retransmisión del incendió. Decían que todo estaba bajo control, pero había varios desaparecidos, entre ellos un niño de dos años. Ella no prestó demasiada atención ni lo asoció con nada de lo que había ocurrido en ese intervalo de tiempo indefinido.
Pero, al abrir de nuevo la nevera, salió un alarido de su garganta, al encontrarse el cuerpo congelado de ese niño de dos años que ella había tenido entre sus brazos.

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