Mujeres
Primogénita de
primogénitas, estirpe que termina. Cinco generaciones y un siglo de existencia
de la rama del árbol. Un árbol que, perfectamente podría ser un olivo, por la
salvedad de que la yema en la que creció la rama no procedía del Antiguo
continente, sino de allende los mares.
Tuvieron que pasar cinco
generaciones para que el poder de Centroamérica se manifestara en ella, la
mujer. Cúbrete el vientre con una faja, vientre sagrado. Capacidad de sanación,
perdida al llegar a este pueblo castellano con uno de los terratenientes. Por
ser la hija de una hechicera, ojos verdes en lugar del oscuro de su pueblo.
Esta niña está maldita, pero era la hija de la hechicera, nadie se acercaba
mucho a ella, pero sí acudían a su madre en cuanto tenían algún dolor. Ella, la
niña, la que vagaba por la selva hablando con los árboles, con los animales,
ayudando a su madre a preparar ungüentos y a cuidar de sus hermanos menores.
Patrón, en cualquier caso, repetido por todas sus descendientes.
De la selva se marchó a
los 16 años, su madre lo aceptó sin decir una palabra, las estrellas lo habían
querido así. Martín era su apellido, un apuesto galán que quiso desposarse con
ella, doncella virgen, más que cautivado por su belleza, por llevarse una
especie de souvenir a su tierra, para que todos vieran la fortuna que había
adquirido.
En un pueblo manchego el
señor Martín, así le llamaban tras comprar huertas y construirse un espléndido
caserón, vivió unos años felices con la forastera, así le llamaban a ella. Pero
los veranos calurosos y secos, los inviernos que helaban los campos hicieron
que la hija de la hechicera se fuera marchitando, hasta morir al dar a luz a su
segundo hijo, un varón.
Una tras otra, cuatro
generaciones de mujeres, marcadas por el miedo, pero valientes. Los días de
tormentas escondidas en un cuarto de estar a oscuras, los domingos de misa bien
podían saltarse por hacer un festín con pollo y arroz. Ajenas a su poder,
intuitivas, eran ellas las que llevaban la casa, porque sus maridos, amantes y
trabajadores, poco sostén daban a la familia. Está prohibido hablar de
brujería, de hechicería, cada una de ellas tenía el propósito vital de engendrar
a otra primogénita hasta que llegó la quinta.
Un siglo después,
corrientes new age, feminismo, sagrado femenino, conexión con la naturaleza.
Ella sabía, cuando apareció su primera menstruación, que sería la última de la
estirpe, no más hijas concebidas. Ella viajaría a América, pero igual de segura
estaba que no iba a encontrar la raíz de su árbol; demasiados secretos en cien
años. Hacía potingues con hojas y plantas de herbolario, hacía collares con
semillas, su casa inundada de plantas y un gato negro, a falta de una pantera,
en un apartamento bohemio del centro de España.
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